Una hermosa amistad

Volvió a meter la mano en el piano y sacó los salvoconductos, con toda la naturalidad que le fue posible, y le habló a Sam:
- ¿Qué te parecería volver a Nueva York?
- ¿Cuando?
- Hoy mismo.
- Bueno, - respondió el pianista me gustaría volver a ver al tipo que me habló de las aguas de este lugar.
Rick sonrió lo justo para que no se cayera el cigarrillo de sus labios y, le golpeó amistosamente el hombro.
- Elige una última canción. Te espero fuera, en el coche.
Desde la calle, en su Citröen, Rick tarareaba la letra de la canción que Sam cantaba dentro como despedida, debes recordar esto, un beso es solo un beso, un suspiro... y no pudo evitar fijarse en la pareja que entraba al local; el hombre era uno más, con su gabardina y su sombrero, pero la mujer... estaba demasiado lejos para distinguirla, pero habría jurado que la conocía. De todos modos, ya daba igual: solo le importaba una mujer, y hacía tiempo que había renunciado a amarla. En cuanto Sam salió, saludando al portero como si solo fuera a tomar el aire (así sería más fácil, si nadie sabía que se marchaban), arrancó el motor y encaminó hacia el aeródromo.
- Jefe, no se va a creer a quién me pareció ver entrar en el locál esta noche, justo cuando terminaba la última canción. Si no supiera que es imposible, habría jurado que era... dijo Sam antes de darse cuenta de que estaba metiendo la pata.
- ¿Quién?
- El general Charles De Gaulle respondió con rapidez Vaya tontería ¿no?
- Sí, a mi también me pareció verle. - sonrió Rick.
- Jefe, volvió a hablar Sam - ¿no cree que echará de menos todo esto en Nueva York?
- Sabes Sam, siempre nos quedará Casablanca.
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